Invitación a BUKO 40
2–5 de octubre de 2025 en Kassel
¡Acabemos con todo colonialismo!
- Reconocimiento, resistencia, reparación -

















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Te invitamos a confrontar el colonialismo en todas sus formas. Esto puede contribuir a comprender el avance actual del autoritarismo, los fascismos históricos, el racismo estructural anclado en todas las variantes del capitalismo, las múltiples formas del (neo)liberalismo y la extensa destrucción ecológica.
Aunque la era del colonialismo formal parece haber llegado a su fin y las luchas anticoloniales han conducido a la independencia política en la mayoría de los países, los patrones coloniales y neocoloniales siguen presentes en todas partes:
En las estructuras explotadoras de la economía mundial, que garantizan que, cada año, sumas billonarias (de cuatro cifras) fluyan de los países empobrecidos hacia bancos y corporaciones de los países ricos:
Esto ocurre mediante el pago de intereses y amortizaciones que, en muchos países endeudados, superan el gasto público en salud o educación.
Mediante la repatriación de beneficios por parte de empresas multinacionales y la manipulación de los precios de transferencia, que aseguran que las ganancias se acumulen exclusivamente en paraísos fiscales.
A través de un sistema de libre comercio que impone la ley del más fuerte en el mercado mundial, expulsando a los competidores más débiles. Las normas sociales y ecológicas se perciben únicamente como desventajas competitivas, lo que fomenta la explotación laboral impulsada por el llamado "libre mercado", donde la mayoría de los sectores están controlados por actores con poder financiero, capaces de imponer precios. Mientras sus directivos y accionistas viven en la abundancia, miles de millones de personas no tienen acceso suficiente a alimentos, medicinas o agua potable, debido a los salarios de miseria y al despojo de tierras. Miles mueren cada día —no en las metrópolis—, sino en las antiguas colonias, porque el orden global de poder y propiedad sigue moldeado por el colonialismo.
Solo una minoría ha logrado escapar de la división internacional del trabajo impuesta durante el colonialismo y convertirse, a su vez, en explotadores dentro del capitalismo global. Ejemplos de ello son China, India o Arabia Saudí.
Aunque las tecnologías de la información y la comunicación ofrecen muchas ventajas, su desarrollo se basa en gran medida en estructuras de explotación neocolonial.
Esto se manifiesta, por ejemplo, en la externalización de la moderación de contenidos conflictivos de Internet hacia el Sur Global, donde trabajadorxs mal remuneradxs y en condiciones precarias realizan estas tareas sin protección adecuada para su salud mental, sin derechos laborales y sin respeto por su dignidad. Además: La formación de la llamada inteligencia artificial depende de miles de trabajadorxs en condiciones extremadamente vulnerables, cuya labor es invisibilizada.
La tecnología punta se utiliza para fines bélicos, para la vigilancia masiva y para sostener con violencia las condiciones coloniales, en lugar de promover el bienestar común.
Grandes cantidades de minerales imprescindibles para fabricar dispositivos digitales provienen de antiguas colonias económicamente dependientes, sin consideración por las personas ni por el entorno natural.
En las antiguas colonias, la naturaleza es explotada de manera especialmente despiadada. Cada vez más territorios naturales son urbanizados, comercializados y destruidos. A esto se suma la expulsión de comunidades indígenas de sus tierras ancestrales, en nombre de la conservación ambiental, de la transición energética “verde” o del ecoturismo.
Si la energía eólica, la energía solar o la reforestación en el Sur Global sólo sirven para que las clases altas y medias del mundo mantengan su estilo de vida imperial, devorador de recursos, entonces las desigualdades coloniales y neocoloniales se reproducen bajo un nuevo disfraz: el de la sostenibilidad.
No solo la mano de obra barata, sino también la "naturaleza barata" en el Sur permiten que los países ricos del Norte Global —y cada vez más también las élites del Sur— mantengan sus modelos capitalistas y extractivistas de producción y consumo, sin necesidad de transformarlos. Los residuos generados por estas industrias “verdes” son exportados de vuelta al Sur Global, envenenando hábitats, contaminando ecosistemas y afectando gravemente la salud de las poblaciones locales.
La explotación neocolonial se refuerza mediante el sistema de patentes impulsado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), que permite a las grandes farmacéuticas patentar estructuras genéticas y métodos curativos, apropiándose del conocimiento indígena para convertirlo en beneficio privado.
Este fenómeno se conoce como biopiratería. Como resultado: Medicamentos esenciales y vacunas se convierten en bienes de lujo, inaccesibles para millones de personas de bajos ingresos. Un ejemplo reciente fue la pandemia de COVID-19, durante la cual Sudáfrica y la India propusieron un régimen especial de exención de patentes, que fue bloqueado por potencias del Norte, como Alemania, garantizando así los beneficios de las farmacéuticas a costa de vidas humanas. En el ámbito agrícola, este sistema también genera dependencia: Las normas de propiedad intelectual impuestas por la OMC obligan a agricultorxs a usar semillas patentadas —a menudo genéticamente modificadas— de empresas multinacionales. Esto reduce la soberanía alimentaria y aumenta la vulnerabilidad de millones de pequeños productores, como ocurre en países como Uganda, Nigeria y Etiopía.
Quienes intentan huir de la pobreza estructural en sus países —causada por cinco siglos de colonialismo y neocolonialismo— se encuentran con vallas, muros y fronteras altamente militarizadas en la Unión Europea y en Estados Unidos.
El sistema político de los Estados nación niega el derecho a la movilidad, especialmente a quienes nacieron en países expoliados y no en los expoliadores. Aunque los derechos humanos se proclaman como universales, en la práctica solo se garantizan plenamente a lxs ciudadanxs de los países ricos. Las demás personas son deportadas o aceptadas temporalmente como mano de obra barata, bajo un estatus jurídico precario. La negación del derecho de residencia permite intensificar la explotación laboral y limita la libertad de expresión y la defensa de los derechos fundamentales.
Mientras tanto, la migración masiva de personas europeas a otras partes del mundo durante siglos —expulsando, desplazando y sometiendo a los pueblos originarios— se presenta como algo legítimo e incluso civilizador.
Aún hoy: Los derechos de autodeterminación de los pueblos no europeos siguen sin ser plenamente reconocidos. Esto es evidente en Estados como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, y también en el caso especial de Israel (más información aquí). De forma distinta, también ocurre en territorios como el Sáhara Occidental, el Tíbet o el Kurdistán, donde la colonización y la opresión tienen lugar independientemente de los colonizadores europeos.
Existe un doble rasero en las políticas de la memoria, particularmente en países como Alemania:
Mientras el reconocimiento del Holocausto como crimen contra la humanidad y genocidio se ha convertido con justa razón en un consenso institucional, el genocidio perpetrado por el Imperio Alemán contra los pueblos herero y nama en Namibia no fue reconocido oficialmente como tal hasta 117 años después. Y aun así, solo fue calificado como "genocidio desde la perspectiva actual", lo cual no admite demandas de reparación bajo el derecho internacional.
Además: No solo se niega o minimiza el carácter criminal del colonialismo europeo, sino que también se invisibiliza o se trata con desprecio racista la contribución de millones de soldados africanos y asiáticos que lucharon en las fuerzas aliadas contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Estos ejemplos reflejan la persistencia de una diferencia colonial que sigue marcando la realidad global hasta nuestros días.
El racismo estructural también se expresa mediante estereotipos coloniales profundamente arraigados, que afectan especialmente a personas identificadas como BIPoC (negras, indígenas y personas de color): Son retratadas como atrasadas, irracionales, emocionales, impredecibles o peligrosas.
En el ámbito laboral y de la vivienda, existen sistemas de segregación étnica de facto. Las políticas de cooperación al desarrollo siguen representando a África como un continente de niñxs hambrientos y chozas de paja. Asimismo: Algunxs “expertxs” del Norte pretenden enseñar a las personas del Sur cómo desarrollarse, desde una actitud paternalista. Los medios criminalizan sistemáticamente a la juventud musulmana. Las fuerzas de seguridad practican la “perfilación racial”. La lucha palestina no violenta y no antisemita es criminalizada.
Incluso durante la crisis financiera griega de 2011, los medios alemanes difundieron estereotipos culturales similares a los usados un siglo antes contra los pueblos colonizados: se culpó a lxs griegxs de su propia miseria, mientras los bancos alemanes obtenían ganancias. El racismo colonial se expresa también en declaraciones oficiales, como las del jefe de política exterior de la UE, Josep Borrell, quien afirmó que “Europa es un jardín” mientras el resto del mundo es una “jungla”.
La explotación económica no sólo se acompaña de estereotipos racistas, sino también de violencia militar o, al menos, de la amenaza constante de su uso.
En Afganistán, Irak, Kosovo y otros lugares, las intervenciones militares han ido de la mano con la imposición de economías de libre mercado, la protección prioritaria a los inversores extranjeros y la inmunidad legal de soldados y funcionarios de los países ocupantes frente a las leyes locales. La Bundeswehr (ejército alemán) tiene el mandato oficial de garantizar el acceso a materias primas estratégicas en el Sur Global. Lo mismo ocurre con las tropas francesas en África o con las más de 800 bases militares estadounidenses distribuidas en todo el planeta.
Estas acciones no responden prioritariamente a objetivos humanitarios, sino a intereses geoeconómicos. Incluso en casos como Siria, Taiwán o Ucrania —donde también se puede hablar de imperialismo ruso o chino—, esto no significa que el imperialismo occidental haya dejado de existir.
Los patrones coloniales también se reflejan en el funcionamiento de las instituciones multilaterales: Las llamadas "democracias occidentales" no tienen reparo en beneficiarse de estructuras internacionales antidemocráticas.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, donde cada Estado tiene un voto, es en gran parte ineficaz (y la decisión por mayoría sobre un nuevo orden económico mundial fue simplemente boicoteada en 1974). Mientras tanto, tres de los cinco miembros permanentes con derecho de veto en el Consejo de Seguridad pertenecen al bloque occidental. En el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, los votos se asignan según el poder económico. Cuanto más se paga, más influencia se tiene - a nivel nacional, este principio ha sido considerado antidemocrático (excepto por los neoliberales acérrimos) desde principios del siglo XX. A nivel internacional, el Director Ejecutivo alemán del Banco Mundial tiene aproximadamente el mismo poder de voto que todos los representantes de África juntos. Esto reproduce y profundiza las desigualdades estructurales a nivel global. Un ejemplo de ello son los programas de ajuste estructural impuestos por ejemplo a países africanos, que han desmantelado servicios públicos y desplazado comunidades en nombre de la "eficiencia".
Somos conscientes de que las soluciones no siempre son sencillas y de que no todas las luchas contra las estructuras coloniales conducen automáticamente a una sociedad liberada para todas las personas. Sin embargo, decimos: ¡basta ya! Hay que poner fin a todo tipo de colonialismo y respetar la autodeterminación de todas las personas en todas partes.
Les invitamos a debatir, analizar y planificar acciones con nosotrxs, especialmente en los siguientes ámbitos:
Reconocimiento
Todo colonialismo, en cualquiera de sus formas, ha sido y sigue siendo un régimen injusto e incompatible con la igualdad de derechos para todas las personas. Aunque muchos países lograron su independencia formal, las prácticas neocoloniales, legitimadas incluso por marcos legales democráticos, perpetúan la explotación capitalista global. Estas prácticas deben ser denunciadas, identificadas y erradicadas. Este imperativo no concierne únicamente a los actores occidentales, sino a todos los que hoy reproducen relaciones de dominación.
Resistencia
A lo largo de la historia y en todos los rincones del planeta, las comunidades marginadas se han defendido de la esclavitud, la servidumbre y la explotación: A través de la desobediencia civil. Mediante la creación de formas alternativas de convivencia, organización política y economía solidaria. O incluso mediante revueltas armadas.
En la modernidad, los poderes dominantes han comparado estas revueltas y huelgas con una Hidra de muchas cabezas: por cada una que se corta, surgen dos nuevas. En Kassel, sobre la ciudad, se alza la figura de Hércules, símbolo del poder dominante que intenta aplastar esas resistencias.
Creemos que ha llegado el momento de unir todas las luchas: Contra el colonialismo y el neocolonialismo, el capitalismo, el racismo en todas sus formas (como por ejemplo también el antisemitismo y el antigitanismo), contra el patriarcado y todas las formas de dominación y opresión. La Hidra debe fortalecerse.
Reparaciones
El saqueo de recursos durante siglos, la esclavitud, los asesinatos, las deportaciones, la destrucción de culturas y lenguas, y el daño irreversible al planeta no pueden simplemente "repararse". Pero Europa —y sus antiguas colonias de asentamiento— tienen una deuda moral y política: Deben pagar reparaciones a quienes fueron sistemáticamente explotados y excluidos de los beneficios de esa riqueza. Más importante aún, deben impulsarse “reparaciones sistémicas”: transformar la economía mundial para que priorice las necesidades humanas y no el beneficio, el crecimiento o el progreso tecnológico. Otras formas de reparaciones pueden incluir: La restitución de tierras y artefactos robados, la cancelación de deudas coloniales, la construcción de instituciones educativas inclusivas que enseñen las historias y culturas de los pueblos oprimidos.
Las estructuras capitalistas globales que continúan explotando a las personas y la naturaleza deben ser disueltas y se deben encontrar alternativas. La actual apropiación colonialista de tierras por parte de los colonos debe terminar, al igual que las estructuras jurídicas que consolidan las asimetrías globales.

Información organizativa
Aunque extendemos una invitación explícita a personas del ámbito científico, BUKO 40 no será una conferencia académica. Junto con charlas y talleres, habrá un programa cultural y cinematográfico diverso. BUKO 40 busca ser una interfaz entre ciencia, activismo político y cultura.
También fomentamos el encuentro y la creación de redes. Sabemos que muchas veces el intercambio más valioso sucede fuera de las sesiones formales, por eso creamos un entorno donde todxs podamos sentirnos cómodxs. Para ello, contaremos con un equipo de sensibilización y cuidado.
Ofrecemos:
Alojamiento para participantes que no viven en Kassel.
Intérpretes profesionales durante el congreso.
Comida por parte del colectivo Le Sabot.
Café solidario de Aroma Zapatista y La Gota Negra.
Servicio de guardería.
También esperamos contar con su apoyo en la realización de BUKO40, tanto por adelantado como in situ. En última instancia, BUKO40 será lo que todos hagamos de ella.
No habrá cuota fija de participación. Queremos que nadie quede excluidx por motivos económicos. Sin embargo, pedimos donaciones voluntarias según autoevaluación, para que el congreso pueda llevarse a cabo. También puedes apoyar BUKO 40 anticipadamente con una donación en: